“¿Mami, por qué siempre usas esas mangas largas?” Esa pregunta, salida de la inocencia de mi hija de cinco años, fue el golpe más duro que me ha dado la psoriasis. Mi piel, cubierta de manchas rojas y escamas, no solo me dolía físicamente, sino que también cargaba con un peso que no sabía cómo explicarles a mis hijos.
La psoriasis había llegado a mi vida como un huésped no invitado, y con los años, se había convertido en una barrera que me alejaba de mí misma. Las miradas en la fila del supermercado, los comentarios bienintencionados pero hirientes, y el constante miedo a ser juzgada me habían encerrado en una prisión invisible.
Sin embargo, ser madre no me daba la opción de rendirme. Necesitaba ser un ejemplo para mis hijos, mostrarles que en la vida, incluso cuando parece que no hay salida, siempre se puede encontrar una solución. Así empezó mi viaje: un camino lleno de aprendizajes, frustraciones y, finalmente, esperanza.
Probé tratamientos tradicionales, consejos de amigos y hasta remedios caseros, pero parecía que la psoriasis no estaba dispuesta a darme tregua. Fue en un momento de desesperación, mientras buscaba en internet algo que me diera un poco de alivio, que encontré un enfoque médico nuevo que prometía resultados más allá de lo superficial. (oracion de sanacion) Sin muchas expectativas, decidí intentarlo.
El cambio no llegó de inmediato, pero semana tras semana, comencé a notar cómo mi piel reaccionaba. Las lesiones empezaron a suavizarse, y con cada avance, algo más cambiaba en mí: mi confianza regresaba. Empecé a mirar a mis hijos sin esconder mis brazos y a sentirme más fuerte ante el mundo.
Hoy, no solo tengo una piel mucho más sana, sino también un nuevo propósito. Comparto mi historia porque sé que hay madres, padres y personas allá afuera lidiando con este peso. Quiero que sepan que no están solos, que siempre hay opciones y que la esperanza no es solo un sentimiento; es una decisión que tomamos cada día.
Mi viaje contra la psoriasis me enseñó que, aunque la lucha sea dura, cada pequeño paso vale la pena. Y ahora puedo responderle a mi hija: “Uso mangas largas cuando quiero, pero ya no porque lo necesite”.
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